viernes, 29 de mayo de 2009

TIERRA MOJADA





El olor de la tierra mojada, no me recuerda el otoño, ni la hoja seca caída en el suelo sobre un fondo de barro. Me recuerda a verano, a fuente y pilar, antiguos y no tanto, abrevaderos de caballos, mulos y burros que pasaban por mi calle en un sincronismo casi mágico dentro de su ritual diario de vuelta a sus cuadras.










Me recuerda a siesta y avispas que se contaban por cientos bebiendo en esa mezcla de agua y tierra que quedaba al lado de ese pilar, donde junto a mi hermano pequeño y algún amigo nos dedicábamos a pisarlas y hacer nuestra particular cacería insectívora no sin llevarnos en más de una ocasión algún que otro picotazo bien merecido.
Me recuerda a albercas, que se convertían cada verano en improvisadas piscinas para refrescar de las calores veraniegas en las zonas de interior alejadas de playas y de piscinas municipales.






Me huele a huertas del atardecer cuando se sacaba el agua del pozo para depositarlo en las acequias, que igual que una serpiente hídrica recorría como por un laberinto todo lo plantado, habichuelas, pimientos, pepinos, tomates y todo lo que la huerta nos regala en verano a cambio de nuestro sudor.






La tierra mojada me da olor a vida, a tormenta de verano y a deambular por calles desiertas en la humedad fresca de las noches de estío de la sierra.












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